Curiosamente se denota gran humanidad en el narrador del libro, aunque irónicamente ésta sea el personaje de la muerte quien nos conduzca por la vida de Liesel Meminger.
Los Hubberman son los elegidos para cuidar de Liesel. A pesar de que, evidentemente la niña no se quería separar de su madre, allí en esa pequeña casa es capaz de encontrar a una familia y teniendo una estrecha relación con su padre adoptivo Hans Hubberman.
A partir de aquí viviremos el nazismo desde dentro, sintiendo la rectitud del régimen y allí no se admitían titubeos. Lo que cambiará la vida de la familia de los Hubberman será Max, un judío que aparecerá en su puerta buscando su última oportunidad de supervivencia pidiendo ayuda a Hans, antiguo amigo de su padre.
Max, a pesar de no poder vivir como una persona normal, de cierta forma también se integró en esa familia de gran corazón. y teniendo una excelente relación con Liesel, una niña que no lo veía como un sucio judío sino como una persona.
En la aborágine del nazismo Liesel se refugia en los libros y en su familia. La dulzura con la que convive Liesel con el drama surgido alrededor es meritorio. Vemos como unos ojos de doce años tratan de entender un nazismo que no hace más que golpear, que las buenas acciones están castigadas y la forma de vida era obedecer sin preguntar y a pesar de esto leemos a una niña que gracias a su inocencia no odia el régimen porque no lo entiende.
Liesel, es la ladrona de libros, de palabras, de emociones escritas. Y estás serán tan importantes, que literalmente le salvarán la vida.
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